LA FINANZA Y EL PODER
JOAQUÍN BOCHACA
Portada: El simbolismo del dólar es claramente visible.
Obsérvese la estrella formada a su vez por estrellas que se
halla sobre el escudo de los Estados Unidos, así como el
simbolismo de la izquierda, pirámide y triángulo con la
sugerente inscripción “Nuevo Orden de los Siglos”
Trascripción de la 5ª edición.
* * *
“Permitidme fabricar y controlar el dinero de una nación, y ya
no me importa quienes sean sus gobernantes”.
Meyer Amschel Rothschild
“Me temo que al hombre de la calle no le gustará saber que los
bancos pueden crear y de hecho crean dinero. El volumen de dinero en
existencia varía solamente con la acción de los bancos
aumentando y reduciendo sus préstamos. Cada préstamo o
cuenta en descubierto crea dinero. Y los que controlan el
crédito de una nación, dirigen la política de su
gobierno y tienen en sus manos el destino del pueblo”.
Reginald McKenna, miembro de la Cámara de los Comunes; discurso
en el Midland Bank, enero 1924.
“Poder inmenso y despótica dominación económica
están concentrados en manos de unos pocos. Este poder deviene
particularmente irresistible cuando es ejercido por los que,
controlando el dinero, gobiernan el crédito y determinan su
concesión. Ellos suministran, por así decirlo, la sangre
de todo el cuerpo económico, y la retiran cuando les conviene:
como si estuviera en sus manos el alma de la producción de
manera que nadie ose respirar contra su voluntad”
S.S. Pío XI, “Quadragesimo Anno”.
En el mundo civilizado hay suficientes primeras materias, trabajo,
maquinaria, mano de obra especializada, conocimientos
científicos y tecnológicos y, en general, riqueza
suficiente para alimentar –más aún sobrealimentar- a sus
habitantes. No obstante, en ese mundo civilizado se producen,
regularmente, cíclicamente, crisis “económicas”, paro
obrero y su corolario: el hambre. La ciencia económica ortodoxa
explica este fenómeno de los ciclos de prosperidad y crisis
hablándonos de prosperidad ficticia y de exceso de
producción, y llega a la insólita conclusión de
que es lógico y natural que las gentes se mueran de hambre y
miseria al lado de stocks desbordantes. Particularmente he llegado a la
conclusión, de que la llamada ciencia económica moderna
representa un fenómeno similar al de la pintura que los barbudos
intelectuales “hippies” llaman ultramoderna y los arqueólogos
antiquísima. Es decir, que es un gigantesco “bluff” que casi
nadie osa denunciar por temor a pasar por indocumentado,
retrógrado, etc., ante la masa conformista reverenciadora de las
ideas establecidas.
Por que, dígase lo que se quiera, no es natural –luego no es
posible- que la gente se muera de hambre y miseria por haber producido
demasiados bienes de consumo.
El Código Penal Español –y, con él, todos los
códigos penales del mundo- castigan con penas que pueden llegar
hasta la reclusión a perpetuidad a los falsificadores de moneda.
Osamos suponer que tan drástica sanción no la imponen los
legisladores para castigar al falsario que al introducir sus falsos
billetes en el mercado obtiene por ellos bienes y servicios, sin
trabajar; sino, sobre todo, por que al aumentar artificiosamente la
masa de dinero circulante, roba, indirectamente, a todos y cada uno de
sus compatriotas. La razón es simple: cuanto más dinero
existe, en una situación dada, menos valor tiene. Si una
organización de falsificadores en gran escala consiguiera, por
ejemplo, llegar a imprimir tantos billetes falsos como billetes legales
existieran en el mercado, cada persona se encontraría con que su
dinero valía, exactamente la mitad de lo que valía antes
de que la organización falsaria en cuestión iniciara sus
actividades. Los falsificadores son auténticos ladrones, puesto
que al lanzar moneda nueva, que se supone legal, al mercado, toman para
sí una parte del valor del dinero de sus compatriotas, los
cuales deben pagar forzosamente por las mercancías y servicios
que dichos falsificadores compran.
En realidad, cualquier lanzamiento de dinero nuevo al mercado
–hágalo quién lo haga- disminuye el valor del dinero en
circulación. Los propietarios del dinero en circulación
antes del lanzamiento o emisión de dinero nuevo sufren una
pérdida evidente; y se aperciben de tal pérdida al
comprobar que los precios han subido y que, por vía de
consecuencia, su dinero vale menos.
¿Cuándo se produce un lanzamiento de dinero nuevo? En
otros tiempos el dinero era emitido exclusivamente por los Estados, y
su creación se producía a medida que las necesidades se
hacían sentir; como la función del dinero no es otra que
la de facilitar el pago o intercambio de bienes y servicios, la masa de
dinero circulante era relativamente estable en una situación
económica dada. A veces, el Estado hacía una
emisión de dinero, que se utilizaba para el pago de trabajos y
servicios públicos, la instrucción popular, las
instituciones sanitarias estatales, la higiene pública, el
Ejército y la Policía, el funcionariado, etc. Con la
creación de este dinero nuevo por el estado, el público
–los poseedores del dinero- sufría una pérdida en el
valor del mismo (recordemos que cuanto más dinero hay en el
mercado, menos valor tiene y más suben los precios), pero esa
pérdida quedaba compensada, por lo menos en gran parte, por los
beneficios directa o indirectamente reportados a la comunidad por los
servicios y trabajos públicos efectuados por el Estado.
Esto era en otros tiempos...por que, en la actualidad,
prácticamente todos los estados han abdicado su facultad
soberana de crear o emitir dinero, en favor de individuos o
instituciones privadas que son las que emiten “legalmente” la inmensa
mayoría de la masa circulante de dinero, hasta el extremo de
poderse afirmar, sin hipérbole, que no menos de las nueve
décimas partes del dinero hoy en circulación en cualquier
estado, es dinero falso. Si el calificativo choca demasiado, podemos
decir, que es dinero “abstracto”. Con dos agravantes: los
falsificadores chapados a la antigua debían ser unos imitadores
con categorías de artistas, y corrían grandes riesgos
personales; los modernos falsificadores, crean dinero de un simple
plumazo, con un asiento en un libro contable, cargan un interés
sobre tal “dinero”, y todo ello sin riesgo alguno; más
aún, con el respeto y la consideración distinguida del
rebaño de ciudadanos destinados a ser aniquilados.
Los banqueros operaban ya en Europa a principios del siglo XVII, antes
de que existiera lo que se llama, con eufemismo, el “sistema bancario”.
Los poseedores de oro y plata, lo entregaban para su custodia, a un
banquero que los guardaba en una caja fuerte. El banquero no era
más que el guardián de los ahorros de sus convecinos, y,
a cambio de la seguridad que ofrecía como custodio del oro y
plata ajenos, cargaba un pequeño interés. El banquero,
naturalmente, entregaba a sus clientes, un recibo por su dinero. Si un
señor depositaba mil reales de oro en una caja fuerte del banco,
el banquero le entregaba un recibo de mil reales. Si el impositor,
más tarde, iba a buscar su dinero al banco, éste se lo
devolvía (previa deducción del interés legal de la
época como guardián del oro) y el recibo era destruido.
Dicho recibo –documento intachable sobre el que se iba a edificar el
mayor timo que los siglos han visto y verán, no era, en
realidad, más que una promesa de pagar, firmada por el
propietario de una caja fuerte. Dichas “promesas de pagar” eran
transferibles y se convirtieron, de hecho en dinero. Esto era
perfectamente lógico y conveniente, toda vez que era mucho
más cómodo y factible usar un pedazo de papel, que llevar
continuamente encima de sí bolsas de oro y plata. Dichos pedazos
de papel, dichas “promesas de pagar” se usaban, de hecho, como dinero,
partiendo del supuesto de que dinero es cualquier cosa por la cual
entreguen mercancías, se rindan servicios o se paguen deudas.
La experiencia diaria enseñó a los banqueros un hecho
curioso. Se apercibieron de que muy raramente sus impositores les
devolvían sus recibos (sus “promesas de pagar” pidiendo a cambio
su oro. Por regla general –que ha permanecido invariable hasta nuestros
días- los impositores retiraban, como promedio, un diez por
ciento del montante total de sus imposiciones. Un señor que
depositaba por ejemplo, en un banco, mil reales de oro u otro cualquier
metal de curso monetario legal, como la plata, retiraba, como promedio,
cien reales para su manutención y sus gastos ordinarios, y
dejaba los otros novecientos en el banco. En otras palabras, si un
banquero que guardaba depósitos por valor de un millón de
reales, perdía, le robaban o se gastaba novecientos mil,
todavía le quedaban los cien mil que le eran necesarios para
hacer frente a las demandas normales de sus impositores.
En consecuencia, los banqueros empezaron a poner en circulación,
decuplicándolos, más recibos, más “promesas de
pagar” oro que el que realmente poseían; es decir, prestaron
esas “promesas” cobrando por ello un interés. No se debe
olvidar, ni por un momento, que los banqueros prestaban, y
continúan prestando, algo que ellos no tienen, ni en calidad de
propietarios, ni en la de poseedores; o, como máximo, en esa
segunda calidad, en un diez por ciento del total por ellos “prestado”.
Más aún, como garantía de la buena fe de los
propietarios los banqueros exigieron, contra sus préstamos, los
títulos de propiedad de casas, fábricas, fincas,
cosechas, de aquellos; de manera que si un préstamo (aumentado
por sus intereses acumulados) no era devuelto en un determinado plazo,
el banquero entraría en posesión de las mismas.
Aquí un inciso. Llamamos la atención sobre el hecho de
que el banquero no prestaba, ni presta, dinero, sino simplemente, una
promesa de pagarlo. El hecho de que, por tales promesas se dieran
bienes y servicios, es decir, se utilizaran como dinero, no alteraba en
absoluto el hecho de que no era dinero, sino, simplemente, una promesa
de pagar dinero y nada más que eso; con el agravante de que
tales promesas carecían de respaldo legal en oro y plata.
Promesas creadas “ex nihilo” (Nota del editor: de la nada) y dejando un
suculento interés.
Se ha definido el préstamo como un intercambio de deudas. El
prestador –el banquero- toma la garantía (títulos de
propiedad de una casa o fábrica, por ejemplo) y se la debe al
prestatario. Este, a su vez, toma las “promesas de pagar”, o el
crédito, como se llama, y le debe esa suma de dinero, más
sus intereses, al prestador. En realidad lo que ha ocurrido es un
intercambio de promesas. La promesa del banquero de pagarle a su
cliente, contra la promesa de éste de devolver el dinero con sus
intereses. El cliente da, como garantía, los títulos de
propiedad de su casa o fábrica. El banquero no da nada. Se
objetará que el banquero presta dinero y que éste es su
propia garantía. Esto no es cierto. El banquero no presta
dinero, ha puesto en circulación “promesas de pagar dinero” –que
es lo que en realidad ha prestado-, representando diez veces más
dinero que el que tiene, y el que tiene diez no puede, ni podrá
jamás, prestar cien. En otras palabras, mientras los bancos
disponen contra la comunidad de garantías representando una
riqueza real, tal como son casas, fábricas, fincas, cosechas,
etc., la comunidad no dispone, contra los bancos, de ninguna
garantía. la menor tentativa hecha por los acreedores de un
banco para ejercitar sus “garantías” contra éste, ponen
de manifiesto que éstos, de hecho, no tienen sustancia alguna.
Si tales acreedores le “aprietan demasiado las clavijas” al banco, son
castigados perdiendo todos sus ahorros. El banco cierra sus puertas
poniendo de manifiesto que sus “promesas de pagar” son falsas
promesas...a menos que el Gobierno no acuda en su ayuda con una
moratoria...moratoria cuyas consecuencias, representarán, al fin
y a la postre, que la comunidad en bloque deberá pagar para
cubrir las falsas promesas del banquero.
Pero esto es adelantarnos a los acontecimientos. Volvamos al
período durante el cual banquero está prestando su
crédito (sus “promesas de pagar”) a sus conciudadanos.
Supongamos que sus impositores han depositado en su banco cien millones
de pesetas. El banquero ha abierto créditos por mil millones,
entregando talonarios de cheques a sus clientes. Estos cheques, que
serán utilizados para las futuras transacciones representan un
dinero creado, de un simple plumazo, en los libros del banco; hacen
exactamente el mismo papel que la moneda falsa, pues aumentan el poder
de compra y, por vía de consecuencia, hacen subir los precios y
devalúan el dinero que existía antes de que el banquero
iniciara sus operaciones. En otros términos: al crear dinero
nuevo, el banquero, igual que un vulgar falsificador, ha robado un poco
a cada uno de sus conciudadanos y ha obtenido interés sobre el
“dinero” robado.
De momento el sistema parece dar resultado. La euforia general disimula
el robo colectivo que se ha producido. Los prestatarios han podido
desarrollar nueva riqueza, el comercio está en su apogeo y se ha
llegado al pleno empleo. Cada vez que un préstamo es devuelto
–con sus intereses acumulados- el banco se apresura a prestarlo de
nuevo. Los mil millones de “dinero” arrojado al mercado han ocasionado
el clásico “boom”. Los precios suben en vertical, mientras toda
clase de productos se ofrecen a la venta. Pero esta subida de precios
continúa sólo en caso de que continúen los
préstamos. cada vez que el banquero deja de hacer
préstamos – es decir, de crear “dinero”- los precios dejan de
subir. Y al dejar de subir los precios los negocios se hunden. La
posibilidad de continuar haciendo más y mayores beneficios en un
mercado alcista, ha desparecido, por que ahora el banquero empieza a
verse en dificultades. En efecto, él ha prestado sus “promesas
de pagar” –o, si se quiere, ha abierto créditos- por mil
millones de pesetas. Con el dinero efectivo, líquido, que tiene
en caja, le queda justo para atender a las demandas normales de sus
clientes. Cualquier demanda extraordinaria de fondos puede dejarle en
descubierto. Cada crédito que él ha abierto, representado
por cheques, asó como cada recibo que él ha extendido a
sus impositores, representan promesas de pagar oro y plata (hoy en
día papel moneda ténder del estado). En consecuencia
tanto sus impositores como sus prestatarios –deudores y acreedores-
pueden exigir oro y plata (o billetes de banco), por sus recibos. Todos
están persuadidos de que lo que el banquero les “presta” es oro
y plata (o billetes emitidos por el Estado) y que sólo se
utilizan los talonarios de cheques por razones de comodidad y agilidad.
Pero el banquero sabe, mejor que nadie, que esto no es así.
É sabe perfectamente, que ha prestado algo que no tiene, y que
su curioso negocio depende de la confianza que sus clientes tienen en
él; es decir, la confianza en la aparente intercambiabilidad del
metal y el papel (hoy día, de un cheque y el dinero por
él representado). Su negocio se basa, pues, en un abuso de
confianza, en una ficción que debe ser mantenida a toda costa.
En la presente situación, habiendo creado el banquero todas las
“promesas de pagar” que sus reservas –es decir, diez veces del total de
éstas-, debe rehusar nuevos préstamos. El mercado se
resiste a ello. Los que han comprado mercancías con la esperanza
de revenderlas más caras, o los que han producido bienes para
venderlos a precios elevados empiezan a su vez, a encontrarse en una
situación incómoda. Un nuevo fenómeno se agrega a
la difícil situación que se va creando: mientras el
banquero “inventaba” más y más dinero –insistamos en que
el dinero es todo aquello que sirve como medio de pago- y, por
consiguiente, los precios iban subiendo, el dinero cambiaba de manos
con facilidad. tanto el dinero auténtico (los billetes o
monedas) como, sobre todo, las célebres “promesas de pagar” del
banquero (los cheques) pasan rápidamente del comprobados al
vendedor, y de éste al banco, de dónde una parte se ha
retirado de nuevo para pagar salarios, facturas, etc. Supongamos que el
Banco X abre un crédito de diez millones de pesetas al Sr.
Pérez, el cual se apresura a emplearlo en un montaje de una
fábrica, y empieza a lanzar productos a un mercado alcista. El
Sr. Pérez paga, con cheques, al constructor, al herrero, al
calderero y al carpintero que le han montado su fábrica. Estos
especialistas tienen, a su vez, una cuenta corriente abierta en el
Banco X, en la que ingresan los cheques en cuestión. Una parte
del valor representado por esos cheques ha sido retirada para pagar
salarios de los obreros del constructor, del carpintero, del calderero,
etc. Dicho dinero ha sido gastado en los comercios locales: en el
supermercado, la carnicería, la tienda de confecciones, etc. y
estos detallistas se ha apresurado a ingresarlos en sus cuentas del
Banco X, en las cuales permanece hasta que es retirado más tarde
para pagar a sus acreedores (sus proveedores): granjeros, molineros,
fabricantes textiles, etc. Todas estas personas van abriendo cuentas
corrientes en el banco X y todas estas cuentas no significan, en
realidad, más que una simple declaración del valor de los
cheques en posesión del titular. la dirección del Banco X
sabe perfectamente que los cheques por valor de diez millones que se
han prestado al Sr. Pérez, los ha gastado este señor en
pagar al constructor, al calderero, al carpintero y al herrero. Las
cuentas de estos caballeros arrojan unos saldos favorables, pero lo que
ellos en realidad poseen son los cheques del propio Banco X, que
éste había prestado al Sr. Pérez.
Imaginémonos, ahora, que la baja general de precios alarma a
estos señores, que se presentan un buen día ante la
ventanilla de Pagos y exigen que se les pague en dinero...pro en dinero
auténtico, de verdad, en billetes oficiales, emitidos por el
Estado. Y supongamos que la alarma cunde, y tal como ha ocurrido miles
de veces en el transcurso de la aventura bancaria, un ejército
de clientes se presenta en el banco con idénticas pretensiones...
Al hacerse estas tan sencillas como inevitables consideraciones, el
banquero se apercibe de que no le basta con dejar de prestar; debe
empezar a presionar a sus prestatarios para que éstos se vayan
poniendo al día. La dirección del banco X llama al Sr.
Pérez y le invita a que devuelva todo, o una parte sustancial,
del préstamo que recibió. El Sr. Pérez,
presionando a sus deudores –o mal vendiendo su stock-, logra obtener el
dinero necesario para devolver el préstamo bancario. Sus
deudores (clientes, detallistas, almacenistas, etc) se presentan en el
banco y retiran su dinero –en forma de cheques- y con ellos pagan al
Sr. Pérez quién devuelve su préstamo al banco X,
el cual hace desaparecer sus “promesas de pagar” de un simple plumazo
en sus libros.
Mr Frederick Soddy, economista inglés, ganador del premio Nobel
en 1921, escribió, en su obra “Citadel of Caos”:
“El rasgo más siniestro y anti-social del dinero escriptural es
que no tiene existencia. Los bancos deben al público una
cantidad total de dinero que no existe. Comprando y vendiendo por medio
de cheques, solo se produce un cambio en el particular a quién
el dinero es debido por el Banco. Mientras la cuenta de un cliente es
debilitada, la de otro cliente es acreditada, y los bancos pueden
continuar debiendo dicha cantidad indefinidamente.
El beneficio de la emisión de dinero ha procurado el capital del
gran negocio bancario según existe hoy. Habiendo empezado sin
nada propio, los banqueros han puesto a todo el mundo en deuda con
ellos, irremisiblemente, mediante una trampa.
Este dinero nace cada vez que los bancos “prestan” y desaparece cada
vez que el préstamo les es devuelto. De manera que si la
industria trata de pagar, el dinero de la nación desaparece.
Esto es lo que hace tan peligrosa a la prosperidad, ya que destruye el
dinero justamente cuando más necesario es, y precipita la
crisis”.
Es evidente que, cuando el banquero empezó a esparcir sus
préstamos y, en consecuencia, hizo subir los precios, cada
comprador se vio forzado, de hecho, a pagarle una especie de tributo,
pero que cuando contrajo de nuevo sus préstamos, provocando
así la baja de precios, fueron los vendedores los que tuvieron
que pagarle tributo. Es un caso típico de “si sale cara, yo
gano; si sale cruz, tu pierdes”. (1). Un caso, además, de
flagrante inmoralidad, derivada del hecho de que un señor que
inició sus actividades con el dinero de los demás, se
convirtió, con el manejo de “dinero abstracto”, en el mayor
propietario de fincas, fábricas, terrenos y dinero... pero
dinero concreto, auténtico, de toda la ciudad y, a la larga, de
todo el país.
Con el actual sistema bancario, los banqueros pueden con sus cheques,
proporcionar “poder de compra” a sus conciudadanos, y luego
quitárselo, en el momento en que más necesidad tienen de
él. La súbita inundación de un mercado con dinero
“abstracto” –una auténtica inflación- hace subir los
precios y despierta el interés general en aumentar la
producción. Los mercados quedan abarrotados de toda clase de
productos y, en consecuencia, hace falta muchísimo dinero para
distribuirlos. (Es importantísimo tener presente que la
única función del dinero es ésta: distribuir
bienes y servicios). La repentina retirada del dinero, en tales
circunstancias, provoca, necesariamente, una caída general de
precios y, al mismo tiempo, una riada de bancarrotas... y,
además, el desempleo y el hambre.
Este sistema, que constituirá la irrisión de las
generaciones venideras, le da al banquero el control del nivel de
precios y, como lógica consecuencia, de los salarios. El
banquero tiene, prácticamente, un poder absoluto, sobre sus
conciudadanos; un poder como nunca pudo imaginar el más
tiránico autócrata. El poder de someter a sus exigencias
a cualquiera que ose oponérseles, mediante la latente amenaza de
la ruina. El moderno banquero o, más exactamente, el sistema
financiero, está en disposición de arruinar a sus
deudores y arrebatarles “legalmente” su propiedad. A. N. Field pone el
siguiente ejemplo:
“Supongamos que soy un banquero y que presto mil dólares a John
Smith, con la garantía de su fábrica. A
continuación retiro una parte de mis otros préstamos,
disminuyendo así el poder de compra en la región donde
John Smith lleva su negocio. A consecuencia de esa contracción
del poder de compra, de “demanda”, los precios bajarán y John
Smith dejará de ganar dinero. Como él debe pagarme a
mí el interés de mi préstamo, empieza a reducir
personal y a instalar maquinaria que le ahorre mano de obra. Pero yo
continuo reduciendo mis préstamos. Los precios continúan
bajando, y, al final, John Smith se queda sin recursos. Me dice que no
puede continuar pagándome los intereses. Entonces le embargo la
fábrica y la pongo en venta. la mejor oferta son ochocientos
dólares, de manera que me la guardo en pago de mi
préstamo. Un poco más tarde empiezo a prestar de nuevo, y
los precios vuelven a subir. La fábrica de John Smith tiene
ahora mucho valor, pues he vuelto a aumentar –proporcionando poder de
compra- la llamada “demanda” de lo que él fabricaba. De manera
que vendo su negocio por cinco mil dólares y me embolso, “con
toda legalidad”, cuatro mil” (2)
Este ejemplo podrá tildarse de exagerado. En realidad, todo
ejemplo, para ser aleccionador, debe ser una caricatura; pensar es
exagerar, decía Goethe. Pero ilustra un hecho que se ha dado
muchas veces en la práctica. Así, en 1930, los estados
Unidos de América tenían sus stocks repletos, pero les
faltaba la cantidad adecuada de dinero para poder desarrollar el
comercio, es decir, para hacer llegar esos productos a los
consumidores. Los banqueros habían retirado deliberadamente de
la circulación dieciocho mil millones de dólares, al
rehusar préstamos a agricultores, comerciantes e industriales
prósperos, y cancelar los ya existentes en su mayor parte. Se
produjo el famoso “crack” del “Black Friday”, miles de empresas
quebraron, y el treinta por ciento de los obreros se quedaron sin
trabajo (3). Las mercancías sobraban, los graneros estaban
llenos a rebosar –incluso debían quemarse cosechas-, la mano de
obra –tanto la especializada como el peonaje- estaba disponible para el
trabajo, pero faltaba “dinero”. Los bancos entraron en posesión
de decenas de millares de industrias, negocios y explotaciones
agrícolas. Faltaba dinero... faltaba algo que, si bien es
difícil de ganar, es, en cambio, lo más fácil de
“hacer”... basta la imprenta del Estado, que respalda y controla la
cantidad emitida, de manera que esté en proporción con la
riqueza REAL producida...No obstante, el gobierno americano no
imprimió el dinero necesario. ¿Por qué?...Por que
no podía, legalmente, hacerlo. Ya que diecisiete años
atrás, en 1913, el gobierno de entonces había permitido
que, por un fraude parlamentario, se le arrebatara el poder de emitir
la moneda del país. No ya la moneda crédito, sino la
moneda ténder.
La constitución de los EEUU ponía en las manos del
Congreso el derecho a crear y controlar la moneda del país.
Pero, en diciembre de 1913, con la mayoría de los miembros del
Congreso pasando las vacaciones de Navidad en sus hogares, se hizo
votar, de manera casi subrepticia, una ley conocida con el nombre de
“Federal Reserve Act”. Grosso modo, esta ley autorizaba el
establecimiento de una Corporación de la reserva Federal, con un
Consejo de Directores (El “Federal Rederve Board”). Esta ley le
arrebataba al Congreso el derecho de la creación y el control
del dinero, y se lo concedía al “Federal Reserve Corporation”..
El pretexto que se dio para la aprobación de esta ley
insólita fue “separar la Política y el Dinero”. La
realidad fue que –en una gran Democracia que se suele presentar como el
prototipo ideal de esa forma de gobierno- el poder de crear y controlar
el dinero les fue arrebatado a los llamados “representantes” del Pueblo
para concedérselo a “UNA EMPRESA PRIVADA”. Y no creemos incurrir
en el pecado de juicio temerario si decimos que una empresa privada
tenderá, por definición, a buscar su propio provecho,
coincida éste o no con el interés general de la
nación.
Lo más grave, jurídicamente hablando, de este “Federal
Reserve Act”, de 1913, es que el acuerdo se tomó por una
minoría de diputados, según todas las trazas presionados
o sobornados; no existía el quorum necesario...de manera que ni
siquiera desde el punto de vista más estrictamente
democrático podía justificarse aquella ley...pero el caso
es que fue aprobada, y que desde entonces, una empresa privada emite el
dinero del país más “democrático” –y poderoso- del
planeta. Desde aquellas navidades de 1913, un número
comparativamente pequeño de personas –unas ocho mil- controla,
emite, crea y destruye a su conveniencia el dinero del país que
se supone abanderado de Occidente. Esas personas, en su inmensa
mayoría no son ni siquiera americanas de origen. El “deus ex
machina” de esta nefasta “Act” fue un banquero de Hamburgo, llamado
Paul M. Warburg (4)
El “Federal Reserve Board” emite el dinero del país, y luego lo
presta al gobierno “legal” de los Estados Unidos, a interés. Si,
por ejemplo, el gobierno de Washington necesita mil millones de
dólares para financiar obras públicas, renovar el
armamento o lo que fuere, debe dirigirse al “Board” y pedirle ese
dinero. Entonces el omnipotente “Board” da su acuerdo a
condición de que el Gobierno le pague un interés. De
manera que el Congreso autoriza al Departamento del Tesoro para que
imprima mil millones de dólares en bonos que son entregados al
“Federal Reserve Board”. El “Federal Reserve Board” paga los gastos de
imprenta (que supone unos quinientos dólares) y hace el cambio.
Entonces el Gobierno ya puede disponer del dinero para cubrir sus
necesidades (5).
¿Cuáles son los resultados de esta inverosímil
transacción? Pues, simplemente, que el Gobierno de los estados
Unidos ha puesto a sus ciudadanos en deuda con el “Federal Reserve
Board” por mil millones de dólares, más intereses, hasta
que se paguen. El resultado de esta demencial política
financiera (¿) es que, en menos de sesenta años –desde
1913 hasta hoy- el pueblo de estados Unidos está endeudado con
los banqueros del “Federal Reserve Board” por un total de 350 millones
de dólares, con un interés de un billón y medio
cada mes, sin ninguna esperanza de poder pagar jamás ni el
principal de la deuda, ni siquiera sus intereses, pues ambos aumentan
continuamente. Ciento noventa y cinco millones de americanos
están irremisiblemente endeudados con otros ocho mil, más
o menos americanos; y el montante de esa deuda es superior al valor
total de todas las riquezas del país (6).
Todavía hay más: Con este sistema de “dinero-deuda” los
Bonos a que nos hemos referido más arriba se convierten en
valores bancarios, amparándose en los cuales pueden los bancos
hacer préstamos a clientes privados. Como quiera que las leyes
bancarias de los Estados Unidos requieren solamente una reserva del 20
por ciento, los bancos del “Federal Reserve Board” pueden hacer
préstamos hasta un total de cinco veces el valor de los Bonos
que poseen (7). Es decir, que volviendo a la transacción de mil
millones de dólares que tomamos como ejemplo, el derecho al
interés de seis mil millones... POR UN COSTO ORIGINAL DE 500 en
gastos de imprenta (8). Y como el Congreso abdicó –en tal
excelsa Democracia- el derecho de emitir dinero, la única manera
que les queda a los industriales, explotadores agrícolas y
comerciantes de los estados Unidos de obtener dinero para desarrollar
las riquezas del país, es tomarlo “prestado” del Consorcio
Bancario del Federal Reserve, y ponerse en sus manos.
Saltan a la vista las terribles consecuencias de este loco “sistema”.
Siendo omnipotentes –luego irresponsables- los bancos pueden disponer
del poder de vida o muerte sobre cualquier empresa, por fuerte que
ésta sea. La degeneración financiera que esto supone
lleva a los graves extremos de que subsiguientemente a la
denegación de un préstamo, en un momento dado, una
empresa, por fuerte que sea, se puede ver obligada a vender sus stocks
a cualquier precio –incluso a pura pérdida- para hacer frente a
sus vencimientos y obligaciones urgentes. Tras despreciar la
mercancía, los agentes de la oligarquía bancaria compran
grandes cantidades del stock despreciado; después de esto, se
aprueba el préstamo, el stock sube de valor, y es vendido
posteriormente con beneficios fantásticos. Esta práctica
de robo legal ha llegado a un tal grado de refinamiento hoy día,
que al “Federal Reserve Board” le basta con anunciar en los
periódicos una alza o una baja en su tasa de descuento, para
hacer subir o bajar el valor de los stocks según su deseo (9).
Con estos métodos, los miembros del “Federal Reserve” y sus
satélites bancarios han conseguido el control de
prácticamente todas las grandes industrias americanas... y, a
partir de ellas, han iniciado su “coca-colonización” del resto
del mundo.
Para resumir, diremos que el llamado Crédito consiste en la
falsa promesa de los banqueros de pagar diez veces más dinero
del que tienen, procedente de sus impositores. El crédito no es
dinero auténtico, legal, pero como hace las veces del mismo
–sirve para pagar bienes y servicios y cancelar deudas-, es, de hecho,
imposible de distinguirlo del dinero legal ténder. Estas
“promesas de pagar”, emitidas por el banquero mediante un talonario de
cheques, nacen como “préstamos”, que deben ser devueltos con
interés. Los banqueros se reservan el “derecho” de retirar sus
“promesas” –su crédito- pudiendo así, a su
albedrío, retirar el noventa por ciento del poder de compra –la
“demanda”- de un país. De hecho, según McNair (10), se
contentan con fluctuaciones mucho más pequeñas, porque
“aun muy pequeñas fluctuaciones son suficientes para alterar el
nivel de precios en un sentido u otro”... alteraciones de las que ellos
viven.
Nada menos que Sir Josiah Stamp, entonces la segunda fortuna de
Inglaterra, y presidente de los ferrocarriles Británicos, se
dirigió en los siguientes términos a 150 profesores de la
Universidad de Texas:
“El sistema bancario fue concebido en la iniquidad y nació en el
pecado. Los banqueros internacionales poseen la tierra. Quitadles todo
lo que tienen, pero dejadles el poder de crear depósitos (11), y
con unos cuantos plumazos crearán los suficientes
depósitos para recuperarlo todo otra vez. Pero si les
quitáis el poder de crear dinero, todas las grandes fortunas
desaparecerán, incluyendo la mía, y éste
será un mundo mucho más feliz. Pero si queréis
continuar siendo esclavos de los bancos y pagar los costos de vuestra
propia esclavitud, dejadles continuar creando depósitos” (12).
Lo increíblemente chusco de sta clarísima
declaración, es que el que la formuló, Sir Josiah Stamp,
unía a su condición de presidente de las “Bristish
Railways”, la de... Presidente del banco de Inglaterra, entidad que,
pese a su empaque oficial, es, igual que el “Federal Reserve Board”,
una empresa privada que, desde su fundación, ha sido casi
siempre dirigida por individuos del mismo origen que los que han
dirigido y dirigen el “Federal Reserve”.
Queda, pues, bien claro, que las pretendidas crisis económicas
son, en realidad, crisis financieras, muchas veces deliberadamente
originadas (13). Thomas Jefferson dijo, en cierta ocasión: “Creo
que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras
libertades, que los ejércitos enemigos. Ya han conseguido erigir
una aristocracia del dinero que desafía al Gobierno. El poder de
emitir moneda debiera serles arrebatado (Jefferson se refería,
claro es, a la moneda crédito) y devuelto al pueblo a quien
realmente le pertenece”.
En realidad, el poder de crear dinero –tanto dinero-ténder como
dinero-crédito- debiera quedar reservado al estado, quien lo
iría poniendo en circulación a medida que las necesidades
lo exigieran.
Es preciso terminar de una vez con el ciclo aparentemente inevitable,
“prosperidad-crisis” o “inflación-deflación”, o
“boom-slump”, o como quiera llamarse. Este fatídico ciclo tiene,
para la economía de una país, los mismos efectos que una
transfusión de sangre seguida de una sangría cuando el
paciente se está empezando a recobrar. El principal resultado
del “ciclo” es la carrera “Precios-salarios”... en la que los primeros
siempre ganan.
La circulación de la moneda en un determinado país
debiera reflejar exclusivamente su capacidad de producir riqueza, su
capacidad de desarrollo potencial y la necesidad de emplear mano de
obra, Únicamente el Estado –un Estado soberano y libre- cuyos
servidores no hayan debido “comprar” los votos de sus electores con una
costosa propaganda que le ha sido financiada por los que en ellos
mandan... porque quien paga manda. Un Estado libre de la gelatinosa,
invisible, omnipresente influencia del Money Power, puede llevar a cabo
una política económica sana, apartada de las cadenas del
“dinero-deuda” y de la usura. Los bancos tienen una función
económica y social que cumplir; en retribución a esa
función tienen derecho a unos beneficios justos y normales, pero
no se pude permitir que la economía de una nación dependa
de los bancos; los bancos deben servir al país, y no éste
a los bancos.
El Estado debe ser no sólo el emisor de la moneda ténder,
sino también el dispensador del crédito. El
préstamo sin interés a empresas solventes fue el “deus ex
machina” del colosal salto dado por la economía alemana desde
1933 a 1939; no lo fue, como se ha pretendido absurdamente, la gran
capacidad de trabajo del pueblo alemán. Dicha capacidad de
trabajo –incuestionable- no la inventó el régimen
nacionalsocialista, pero su decisión de arrebatar el poder de
“crearlo” a los bancos, sí fue, indudablemente, el motivo
esencial. Podrá objetarse que los estados pueden equivocarse,
pueden cometer abusos, sean del color que sean... rojos, blancos o
azules, vayan o no a Misa sus dirigentes... pero lo que no podrá
discutir nadie es que si un Estado PUEDE equivocarse o PUEDE ir contra
el bien común en materia financiera, un banco, o, más
aún, un sistema bancario, DEBE forzosamente ir contra dicho bien
común. Y ello por definición: Un Estado es una
fundación pública y su función es el bien
público; un Banco es una empresa privada y su función es
el bien privado propio, y es natural que así sea. Lo que no es
natural es que, mediante un timo secular, la función
pública de facilitar y posibilitar el intercambio de bienes,
como es la emisión de dinero (ténder o crédito) se
haya convertido en un fabuloso e inmoral monopolio privado.
Es incuestionable que si la primera obligación de un Estado es
proteger a sus súbditos, y, en el problema que nos ocupa,
protegerlos contra el dinero-deuda y la Usura Financiera, la primera
medida que debe adoptar dicho Estado debe tender a librarse él
mismo de la tutela del comúnmente llamado Money Power. Dice Juan
Beneyto (14) que “todo el enorme problema que ha planteado a la
economía estatal el tema de la Deuda Pública, se
relaciona con la falsa construcción de la necesidad de dinero
para el Estado. la idea deriva de que el Estado proceda como un
particular. El Estado no debe proceder como un particular. El Estado
tiene tres posibilidades para cubrir sus necesidades financieras: 1. La
soberanía sobre los servicios públicos. 2. La
soberanía sobre la moneda. 3. La soberanía sobre las
finanzas. Hay que partir de la distinción entre lo
público y lo privado, porque si no...el único camino que
queda es ese endeudamiento del Estado. La curación no cabe
más que merced a un Estado, como el nacional-socialista, que sea
señor del dinero. Sólo así tiene viabilidad una
finanza estatal fuerte”.
Un Estado libre de deudas no tiene por qué gravar brutalmente a
sus súbditos para pagarlas, como ocurre actualmente en
Norteamérica. La Alemania de 1933-1939 fue uno de los
países en que menos presión fiscal existía, y “el
objetivo último de nuestro Estado –decía Gottfried Feder-
es el establecimiento de un estado sin impuestos” (15), citando como
ejemplo al Estado de Baviera –que no es, precisamente, de los
más ricos de Alemania-, cuya hacienda estatal se
construía sin un solo pfenning de impuesto. Lo que Baviera
lograba de la explotación de los bosques y jardines estatales,
de los ferrocarriles, servicios de Correos y Telégrafos,
compensaba sus gastos en atenciones culturales y educacionales,
servicios públicos y administración de Justicia. Todo lo
recaudado en impuestos se destinaba íntegramente a pagar la
Deuda Bávara, y la parte correspondiente de la Deuda Nacional.
El Estado –sea del color que sea- es, endémicamente, un mal
comerciante. De ahí el fracaso clamoroso del marxismo. la
función del Estado no es comerciar, sino –en la vertiente de su
política interior- conservar el orden público,
desarrollar la riqueza e impedir abusos. Particularmente, estamos
contra las nacionalizaciones de empresas, y, en consecuencia,
también contra la nacionalización de la banca,
“solución” que no solucionaría nada y convertiría
al Estado en un comerciante de dinero cuando –como esperamos haber
demostrado ya- el dinero no es una mercancía, sino un medio de
intercambio, y la catástrofe de los “ciclos económicos”
se origina, precisamente con la artificial alteración del valor
de algo que debería ser fundamentalmente estable. Cuando decimos
que el Crédito debe ser reservado al Estado, queremos hacer
hincapié –lo repetimos- en que dicho crédito debe ser sin
interés. Ya Platón calificó de “aberración
contra Natura” la pretensión de hacerle producir dinero al
dinero.
Y para llevar a la práctica la necesaria, imprescindible,
reforma financiera –que es la única alternativa a la
catástrofe de los “ciclos”-, lo único que necesitan los
Estados es aplicar su Código Penal, que reprime el delito de la
falsificación de moneda, pues eso y no otra cosa es el
“dinero-crédito” y el “dinero-deuda”.
O esto, o la perpetuación indefinida del Robo de los Siglos.
“Hay dos historias: la historia oficial, embustera, que se
enseña “ad usum Delphini”; y la historia secreta, en la que se
encuentran las verdaderas causas de los acontecimientos: una historia
vergonzosa”.
Honoré de Balzac
“El Capitalismo se parece a la Propiedad como el sofisma se parece a un
razonamiento, como Caín, tal vez, se parecía a Abel”.
Edouard Drumont
La Banca, que alcanzó un poder determinante en el siglo XIX, ha
llegado, en el actual, al dominio absoluto de la vida económica,
tanto en el Occidente de la “libre empresa” como en el Oriente
“comunista”. Hoy en día, cuando se plantea la puesta en marcha
de una empresa cualquiera, tenga o no finalidad lucrativa, lo primero
que se pondera es la probable actitud de la banca –local o nacional,
según la índoles de sus actividades- hacia la empresa en
cuestión. Hogaño, casi nada puede hacerse, y
prácticamente nada puede perdurar sin el apoyo de los bancos. De
simples ejecutivos de un servicio que debía facilitar el
intercambio de las mercancías, han pasado los banqueros a ser,
sucesivamente, los reguladores; luego, los controladores, y, en fin,
prácticamente los amos de toda la riqueza mundial. Y,
apoyándose en ella, del poder político.
Shylock y sus correligionarios de la edad media eran unos inocentes
monaguillos comparados con los magos de la moderna Finanza. Al fin y al
cabo, los usureros de aquella época cobraban hasta un treinta y
un cuarenta por ciento de interés mensual... pero no se debe
olvidar que ese alocado interés, por abusivo que fuera, se
cobraba sobre un dinero existente, real, tangible, y perteneciente al
usurero, el cual corría, además, inmensos riesgos
personales, plasmados, a menudo, en penas de presidio, cuando no en
“pogroms”, expropiaciones y expulsiones. Por el contrario, los modernos
banqueros practican, grosso modo, la siguiente operación: toman
prestado un dinero, el de sus impositores, por el que pagan un
interés del 0´5 por ciento. Ese dinero lo prestan a su vez
al 9 por ciento, lo cual representa un beneficio del 1800 por ciento;
beneficio que no ha dado ni dará jamás negocio alguno.
Maravilla el comprobar cómo ningún Estado, ningún
juez, ninguna comisión al estilo de la Fiscalía de Tasas
que existió años ha en España, ha tomado
jamás medidas, por beneficios abusivos, contra esos comerciantes
del dinero –y comerciantes monopolistas, no se olvide- cuando por un
simple 30 por ciento se han clausurado, a veces, establecimientos, y
sus propietarios han ido a parar a la cárcel. Pero no termina
aquí el abuso bancario: los bancos no ganan “solo” un 1800 por
ciento, sino que, como ya henos visto (16), al multiplicar por nueve
sus préstamos, creando moneda escriptural, -moneda falsa, no nos
cansaremos de repetirlo-, sus beneficios, al consumarse este
auténtico delito contra el Código Penal y contra la
Humanidad, se multiplican igualmente por nueve. Por cada cien denarios
(17) recibidos de sus impositores, el banco paga a estos un
interés anual de medio denario, y cobra, al “prestar”
novecientos denarios, un interés del 9 por ciento, es decir, 81
denarios, lo que equivale a un beneficio del 16.200 por cien (18).
¡Y los cielos no se hunden! ...Mientras, los fríos
monstruos estatales se ensañan con el pequeño y mediano
empresario que disimula sus beneficios para poder sobrevivir. Y los
obispos, metro en mano, aquilatan la longitud de las minifaldas, tras
lo cual paren trabajosamente un sabio texto en latín... y todos
los detentadores del Poder –del Poder “oficial”, al menos- guardan
atronador silencio ante secular atropello de lesa Humanidad.
* * *
En “El Robo de los Siglos” hemos trazado, muy someramente, un esquema
de las actividades del banquero “nacional”; del hombre, o la entidad
bancaria, que “inventa” un dinero inexistente, del que extrae un
interés que él hace pagar a sus conciudadanos.
Observemos, ahora, la otra vertiente de las actividades bancarias. El
que podríamos llamar banquero “internacional” presta su dinero
(en realidad, como sabemos, ni presta ni es su dinero) a firmas que se
dedican al comercio con países extranjeros. Le interesa
primordialmente, a este banquero, que el volumen del comercio exterior
se mantenga a un buen nivel, con objeto de preservar la demanda
imperiosa de sus “préstamos”. No ha escapado a su
percepción que cuando sus colegas, los banqueros “nacionales”,
conceden demasiados créditos, el volumen de las exportaciones
tiende a disminuir, pues las gentes pueden comprar las
mercancías que se producen en el país y sólo
exportan lo que les sobra. En ese caso, el banquero “internacional”
tiene interés en que los “nacionales” reduzcan sus
préstamos. En realidad, él hace lo mismo que el
“nacional”, concede créditos –por valores que multiplican,
aproximadamente, por nueve el total de los depósitos de sus
cuentacorrentistas- a navieros, compañías aseguradoras,
sociedades de transportes internacionales, firmas exportadoras, etc.
Era lógico, se ajustaba a la naturaleza de las cosas, que el
banquero “nacional” y el “internacional” llegaran a una
cooperación total y absoluta, por cuanto sus operaciones se
rigen por un mismo modus operandi, y, además, se complementan
admirablemente. Por consiguiente, cuando, hablando en el argot
bancario, se produce un “boom” en el mercado interior, el banquero
“nacional” recibe el apoyo, el “crédito” de su colega
“internacional”. Y cuando a esta “prosperidad” sucede lo inevitable, la
cíclica “crisis”, el banquero “nacional”, que ha cancelado sus
créditos, los abre de nuevo a favor de su colega que financia
las exportaciones, muy a menudo a precios viles, y sostenidos incluso
con primas estatales, para dar salida a una producción que nadie
puede comprar en el propio país –porque las gentes se han
quedado sin medios de pago- pero que es imprescindible “colocar” en
cualquier parte, aunque sólo sea para dar trabajo a obreros y
empleados y evitar el caos social. De hecho, en fin, banqueros
“nacionales” e “internacionales” han llegado a una
identificación total, tanto personal como de actividades.
* * *
El intríngulis del negocio bancario radica en la
obtención de un nivel móvil de precios, lo que repercute,
lógicamente, en un nivel móvil de salarios. Si un Estado
fuera suficientemente fuerte y suficientemente justo –estos dos
atributos deben ser complementarios en política- para fijar,
para imponer, un nivel estable de precios y salarios, los industriales,
agricultores, comerciantes, etc., podrían saber, podrían
prever a largo plazo lo que obtendrían con sus productos.
Podrían conducir racionalmente sus negocios, y muy pronto
lograrían prescindir de los “créditos” bancarios,
escapando así de las garras de la Deuda. Los banqueros no
sabrían qué hacer con sus “créditos”. Su
clásica arma derrotista, consistente en hacer bajar los precios
con la retirada súbita de los créditos, quedaría
sin efecto al intervenir el Gobierno, y, mediante la adecuada
creación de nuevo dinero legal ténder, hacer subir
nuevamente, y de inmediato, los precios a su nivel anterior. Y si los
bancos se excedían en la creación de créditos, y
los precios, por vía de consecuencia, subían, el Gobierno
intervendría de nuevo y, mediante la aplicación, por
ejemplo, de impuestos a bienes y actividades no vitales, o la
emisión de bonos estatales para la financiación de obras
públicas, retiraría dinero de los mercados, y los precios
se estabilizarían de nuevo. La estabilidad, la soñada
estabilidad que buscan todos los gobiernos actuales sin lograrla por no
saber –o no querer- enfocar el problema de cara, sería
conseguida. Los productores podrían tener confianza en sus
mercados, y de lo único que deberían preocuparse para
sobrevivir sería de una noble competencia en calidad y, si
acaso, de las variaciones de gustos y preferencias populares. Todos los
productos competentes escaparían así del yugo bancario, y
adquirirían su propio capital. Los banqueros volverían a
su primitiva función de guardianes de los ahorros del
público, y, por esa labor de custodia, mas la prestación
de otros servicios – incluyendo la cooperación con el Estado en
la financiación de obras de utilidad pública, pero sin
rentabilidad inmediata- cobrarían unos honorarios razonables.
Los seguidores de la ortodoxia liberal siempre han sido enemigos
furibundos de la intervención del Estado en la
estabilización de los precios. El argumento que esgrimen con
más fuerza se basa en que la congelación de precios y
salarios surte un efecto desastroso en las exportaciones. El ideal de
estos caballeros consiste en que la llamada balanza de pagos sea
favorable, es decir, que las exportaciones superen a las importaciones.
Lo curioso es que no parecen darse cuenta de que esto es imposible que
suceda en todos los países a la vez, pues a cada país con
una balanza favorable debe corresponder, en teoría –y en la
práctica- otro con balanza desfavorable. La consecuencia
lógica es la guerra económica... y, tras esta, la otra.
La guerra total. Sorprende comprobar como, en el Campo de la
Economía y las Finanzas, las elucubraciones de los trasnochados
liberales, generalmente pacifistas, y a veces personas bien
intencionadas, desembocan –como les ocurre en el terreno
político- en la guerra.
En realidad, la finalidad de la Economía consiste en cubrir las
necesidades del país. La de la Finanza, en racionalizar el
intercambio de mercancías. Si siguiéramos a los liberales
en su argumento de que la moneda pierde valor con relación a las
monedas extranjeras, a causa del déficit de la balanza de pagos,
podríamos apoyarnos en su propio razonamiento y decirles que si
un país debe vivir solamente para enviar sus productos al
extranjero, su moneda –precisamente por tener poco valor-
debería ayudarle a exportar. Si medio denario en dinero
extranjero vale, en un país determinado, un denario, no cabe la
menor duda de que ese país puede vender más baratos sus
productos al extranjero. Pero, en realidad, no nos interesa abrir, a
puntapiés, la puerta franca de los argumentos de la caduca
Economía Liberal, porque nos negamos rotundamente a creer, como
afirman los fanáticos de la exportación a ultranza, que
un país existe exclusivamente para enviar sus productos a
mercados extranjeros. Lo que interesa a una Economía natural y
sana, es la consecución de un mercado nacional capaz de comprar
los productos nacionales. Y cuando existe un exceso de
producción de determinados artículos, se vende al
extranjero. Este exceso se utiliza para servir de pago de los productos
extranjeros que se precisan. Por supuesto, la aplicación de este
sistema, que por cierto siguió Alemania con singular
éxito en la época comprendida entre 1933 y 1939,
significa el fin de las originalidades (19), pero, en cambio, significa
también la movilización de todas las actividades
productoras del país a favor de la creación de un mercado
nacional poderoso; que los industriales compren a los agricultores y
los agricultores a los industriales. Y significa la restauración
de la Agricultura como la más importante de todas las industrias
(20).
* * *
La falacia básica de la Finanza Internacional podríamos
podríamos expresarla, parodiando el estilo generoso y
lírico de sus portavoces, de la siguiente manera: “Debemos
considerar el Planeta como una unidad. Todos los hombres somos
hermanos. Las tribus fueron absorbidas por los reinos; los reinos por
los imperios. Ahora tenemos ya esa maravillosa creación de la
Razón Humana: la O.N.U. Sí, como todas las religiones nos
lo aseguran, somos hermanos, no por ello dejamos de ser los asociados
de la empresa “Mundo Feliz”. Sólo la Finanza puede conseguir ese
Mundo Feliz. El Dinero, y solamente el Dinero, puede garantizar una
justa y libre distribución de la riqueza. Supongamos que las
fronteras desaparecieran: los economistas decidirían
dónde debían cultivar, por ejemplo, el o el
algodón. No anárquicamente, como ha permitido el
egoísmo de los nacionalismos, sino racionalmente, allí
donde más pronto y fuera más barato. Al lado de las minas
de carbón instalaríamos las grandes industrias; junto a
las minas de hierro, las fundiciones, y, al lado, para no perder tiempo
y encarecer la mercancía, los exquisitos poblados de los
hermanos obreros, con grandes casas de pisos... casas bien altas, para
abaratar el costo de los terrenos...y todas iguales. ¿No
sería maravilloso? ¿No sería un beneficio para
todos esta estupenda colaboración? ¿No acabaría
ello con las barreras egoístas y retrógradas de los
nacionalismos? ¡Qué maravillosa visión! ¡La
Tierra entera, desarrollada y explotada racionalmente para el beneficio
de cada uno de nosotros, los socios de esa empresa grande y generosa!
¿Qué se opone a la materialización de ese
sueño edénico? ¡El nacionalismo! ¿Qué
es le nacionalismo? Un sentimiento superado, consistente en pensar
sólo en sí mismo y en las gentes que se parecen a uno; en
despreciar a los extranjeros, porque no hablan como nosotros o son de
diferente color. Sólo la Finanza puede llevar a cabo la empresa
magnánima de acabar con los particularismos y crear la Gran
Sociedad de Consumo Universal”.
La realidad, sin embargo, difiere mucho de ese hermoso cuadro...
suponiendo que fuera hermoso, que para nosotros dista mucho de serlo.
Sucede que, de hecho, la Finanza Internacional es una de las causas de
las guerras. Los banqueros internacionales abren créditos de
modo que el oro raramente sea demandado por sus prestatarios. Pero si
la balanza de pagos pasa a ser muy deficitaria, o simplemente se
desequilibra demasiado, entonces se crea una situación en la que
es presumible que dichos prestatarios exijan el oro –o la moneda legal
tender. que los banqueros han prometido pagarle, promesa por la cual
están pagando un interés anticipado. “En el caso de un
país cuyas exportaciones no llegan a compensar sus
importaciones, deberá enviarse oro al extranjero para compensar
el saldo desfavorable, porque si no se hace así, la moneda del
país perderá valor con relación a la moneda del
país con quien está en relaciones comerciales” (21). En
otras palabras, cuando las exportaciones de un país son
superadas por sus importaciones, el valor de su moneda tenderá a
bajar en relación con las demás, por la sencilla
razón de que habrá más gente usándola para
comprar monedas extranjeras que gentes usando moneda extranjera para
comprar la del país en cuestión. La única manera
de impedir la pérdida de valor de la moneda es exportando oro.
Pero como los banqueros internacionales –como los nacionales- han
prestado “promesas de pagar” (créditos), nueve veces más
dinero del que realmente poseen, es evidente que debe poner
límites muy estrictos a la exportación del oro (22), pues
si esa demanda de oro se prolonga un poco más de lo normal, los
banqueros se verán obligados a declararse en bancarrota, y
cerrar sus puertas. ¿Cómo pueden protegerse? Rehusando
nuevos préstamos y obligando a sus clientes a cancelar, o, al
menos, reducir, sus cuentas deudoras. Es decir, actúan como sus
colegas, los banqueros nacionales. El resultado es que una gran
cantidad de bienes destinados a la exportación inundan el
mercado nacional, los precios bajan en barrena, y se desata el
pánico. Para impedir ese pánico, no hay más
remedio que bajar los precios de las mercancías a exportar
–muchas veces con subvenciones estatales- lo cual representa un golpe
suplementario no sólo a la Economía, sino a la Moral del
país, que ha debido someter la capacidad adquisitiva de su
moneda (su poder de compra) a las conveniencias de los banqueros
internacionales. Con objeto de lograr que los productos destinados a la
exportación sean de costo lo más bajo posible, se
sacrifican los salarios de obreros y empleados, se procura defraudar en
la calidad y se utilizan unos procedimientos comerciales de los que la
ética y la más elemental decencia están cada vez
más alejados. Y en el siglo del maquinismo y de la
superproducción, coexisten la miseria y los stocks desbordantes;
las clases se culpan las unas a las otras; hay huelgas y lock-outs, y
nadie, o muy pocos, se aperciben de quién es el verdadero
causante del desastre; no ven que los modernos alquimistas de la banca,
con sus “promesas de pagar” lo que no tienen, enervan, desmoralizan y
arruinan a sus víctimas, es decir, a toda la Humanidad. La
raíz de todos los males “económicos” no es otra que la
apertura de créditos por instituciones bancarias que no poseen
el dinero necesario para hacer efectivas sus “promesas de pagar”. Todos
los banqueros del mundo, nacionales e internacionales, están en
la misma situación: todos ellos han prestado en “promesas de
pagar” nueve veces más dinero-ténder del que realmente
tienen en custodia; y todos ellos también están en
permanente zozobra de que se produzcan bruscas demandas para la
redención de sus “promesas” en una cantidad que exceda a sus
comparativamente pequeñas existencias de dinero
auténtico. El patrón oro –o cualquier otro patrón-
no es más que “un expediente inventado para salvaguardar los
cambios de moneda extranjera y, de este modo, evitar a los bancos los
asedios de sus acreedores, que pondrían de manifiesto que los
banqueros se encuentran en estado de insolvencia permanente” (23).
* * *
Un inciso, necesariamente muy somero, sobre el Patrón-Oro, que
constituirá, sin duda, la irrisión de tiempos venideros.
Los liberales ortodoxos, y los fisiócratas, pretenden que el
dinero, para ejercitar con eficacia su función, debe tener un
valor intrínseco. En un principio, el valor de la moneda de oro;
luego, el oro que se suponía estaba en las arcas del banquero, y
que éste prometía pagar contra al entrega del billete de
banco (un auténtico recibo), aunque ocho de cada nueve de las
promesas de aquél caballero eran falsas. De sobras es conocida
la aprensión de los financieros contra las emisiones de moneda
realizadas por el estado, calificadas de “inflación”, como si
las actividades bancarias no se caracterizaran, precisamente, por un
juego alterno de inflaciones y deflaciones que exprimen a los pueblos.
la realidad es que el Patrón-Oro
Gertrude Coogan (24) da, para ilustrar la falacia del patrón
Oro, el siguiente ejemplo: Un gobierno construye un teatro con
capacidad para mil espectadores. pero como, por alguna extraña
razón que se pierde en la noche de los tiempos, se cree que las
entradas deben ser de oro y el gobierno carece de ese metal, se dirige
a la única persona del país que resulta ser poseedora de
oro, y le encarga la emisión de las entradas. Este hombre pronto
se da cuenta de que a la gente le resulta incómodo y engorroso
llevar las pesadas entradas en los bolsillos, y, por pura caridad, para
evitar molestias a sus conciudadanos, futuros espectadores del teatro
gubernamental, les suministra unos papelitos en los que, con impecable
caligrafía, está escrita esta frase: “Prometo pagar al
portador una entrada de oro”. El día de la inauguración,
apenas una décima parte de las butacas del teatro están
ocupadas, aunque en la calle, a la puerta del teatro, muchos
espectadores potenciales hubieran deseado entrar. Como quiera que el
Ministro de Cultura se dirigiera al emisor de los billetes
preguntándole la razón de aquella anomalía, y le
instara a que proporcionara las entradas necesarias para llenar el
teatro, aquél le respondió que ello no era posible, pues
sus entradas eran “recibos de entradas de oro”. Lo que no dijo fue que,
de hecho, ya había puesto en circulación nueve o diez
veces más recibos que auténticas entradas de oro guardaba
en su caja fuerte. Tenía miedo de emitir más recibos, por
si se producía el caso de que, súbitamente, por alguna
razón, la gente empezara a exigir las entradas de oro, en vez de
sus recibos de papel. Como estaba determinado a impedir que el Estado
se diera cuenta de que con recibos de papel se podía llenar el
teatro, empezó a agitar el espantajo de la inflación. “El
valor de las entradas reside en que son de oro” afirmó el
emisor-negociante de entradas. “Los políticos irresponsables que
pretenden emitir entradas de papel, son unos inflacionistas y unos
enemigos del arte teatral”... “No señor –repuso el Ministro de
Cultura-. Lo que nosotros pretendemos es llenar el teatro, y que
nuestros conciudadanos utilicen las butacas que hemos dispuesto para
ellos. La inflación, si acaso, consistiría en emitir
más de mil entradas. Pero mientras queden asientos libres,
¿por qué no podemos continuar emitiendo entradas?”...
“Porque son entradas que no pueden cambiarse por oro.
¿Disfrutarían Uds. a gusto de una representación
teatral sabiendo que su entrada no es más que un pedazo de papel
sin valor?”, se empecinó el empresario, quien formuló,
para terminar, su argumento-mazazo: “¿Cómo pueden Uds.
estar seguros de que no imprimirán demasiadas entradas de papel,
de manera que muchos detentadores de tales entradas deban quedarse
forzosamente en la calle?”...”Porque sabemos el número de
asientos del teatro”, contestó el Ministro.
Pues bien, no cabe la menor duda de que cualquier Gobierno moderno
conoce perfectamente la renta –la riqueza- de un país. Con un
manejo adecuado de la estadística y de la Informática, el
riesgo de la inflación prácticamente no existe.
Más aún, suponiendo que, para cubrir la mala
gestión de las explotaciones estatales (25), el Gobierno permita
que se le vaya la mano y haga trabajar con exceso la imprenta de la
Casa de la Moneda, la inflación que se habrá producido no
tendrá importancia alguna comparada con la mastodóntica
inflación bancaria.
* * *
Hemos expuesto, muy a grandes rasgos, el sistema financiero. La
raíz de ese sistema es una mentira. La mentira de un hombre que
habiendo prometido pagar nueve veces más de lo él posee,
se supone que es capaz de cumplir tal promesa. De ahí arrancan,
en cascada, más mentiras: la mentira de que una pérdida
de oro es una desgracia nacional; la mentira de que los cambios de
moneda extranjera deben mantenerse fijos; la mentira de que los precios
y salarios no “pueden” estabilizarse; la mentira de que un país
vive sólo gracias a sus exportaciones; la mentira de que el
mercado interior debe estar subordinado al exterior; la mentira de que
los salarios elevados son un peligro; la mentira de que el país
que importa más que exporta “vive por encima de sus medios”, y
la mentira de que el remedio contra la superproducción es la
quema de las cosechas para salvaguardar los precios.
Y, junto a esa pirámide de mentiras, el espectáculo del
progreso de la Técnica, con unos stocks desbordantes que no se
pueden distribuir...por la única razón de que, contra
viento y marea, es necesario mantener el Imperio de la Mentira.
Nos guste o no, es preciso admitir el hecho de que, en nuestra
época, existe una estrecha interdependencia entre el Dinero y el
Poder. Como la finanza es, por su esencia, internacional, el poder que
persigue es igualmente internacional. Los mundialistas, los
apólogos de la O.N.U., son financieros o actúan en
representación de la Finanza. El mundo es hoy gobernado, tanto
política como económicamente, por determinados hombres
sirviendo a determinadas Fuerzas, que en Norteamérica reciben el
nombre de “Establishment”. Estos hombres ocupan posiciones clave,
aunque no es imprescindible que su rango político oficial sea
preeminente. Así, por ejemplo, resulta curioso comprobar
cómo los Presidentes de los estados Unidos, elegidos por
Sufragio Universal, parecen ser incapaces de tomar decisión
alguna sin consultar previamente con una especie de “visires”, elegidos
a dedo. Nixon tiene a Kissinger, que procede de la poderosa Banca
Goldman, Sachs & Co., como Johnson y Eisenhower tenían a
Sidney Weinberg, de la misma institución bancaria y a la vez
estrechamente ligado a los Rockefeller; y Kennedy, Truman y Roosevelt
tenían a Bernard Mannes Baruch, consejero de 29 bancos (26) y a
Felix Frankfurter, un hombre de los warburg, los “dioses” del Federal
Reserve Board (27). ¿Nixon, Johnson, Kennedy, Roosevelt,
tenían …? O más bien, ¿Kissinger, Weinber,
Frankfurter o Baruch tenían a aquellos? ¿Quién
tenía a quién?...Para responder a este dilema
bastará recordar la frase de Céline: “Democracia es
Plutocracia”. Unas elecciones las gana siempre el candidato que
más dinero tiene a su disposición para sufragar su
campaña electoral, costosísimo circo que solo la Finanza
puede sostener. Y ya se sabe: quien paga manda. En Inglaterra, cuando
gobiernan los conservadores ( que son unos caballeros que hacen
política laborista) es público y notorio que las
“eminencias grises” son Charles Clore y Jack Cotton, dos
super-financieros de la City londinense; cuando gobiernan los
laboristas ( que son unos tenderos que hacen el ridículo)
aparecen, rodeando a Harold Wilson, otro grupo de financieros: Wolfson,
Berstein, Cohen, Zuckerman y Maxwell (28) todos ellos estrechamente
ligados al poderosísimo Banco Lazard. Como también
están ligados a los Lazard y a los Rothschild la mayoría
de figuras políticas de alguna significación en Francia,
lleven etiqueta de izquierdas, de derechas o del centro (29)
El “Establishment” mundial lo componen unas trescientas familias de
rancio abolengo, estrechamente ligadas entre sí por lazos
familiares y económicos. Controla de forma prácticamente
total el mercado mundial de publicidad, con el cual somete al mercado
de las noticias: prensa, radio y televisión. El mercado mundial
del trigo debe asociarse al nombre de Dreyfuss (30). En la industria
química, siete grandes consorcios entre los que destaca el trust
“Imperial Chemical Industries”, creación de la familia Melchett
(a) Mond (a) Moritz, representan el noventa por ciento de la
producción mundial. El mercado de niquel es un condominio de las
familias Mond y Rothschild. También los Rothschild son la
primera potencia mundial en el mercado del mercurio. Los mercados del
diamante, la plata, el oro, el cobre y el acero deben asociarse a los
nombres de Oppenheimer, Barnato, Beit, Goldschmitdt, Guggenheim,
Wernek, De Wendel (31), Lewinsohn, Rothschild, Bleichroeder, Japhet,
Seligman, Lazard, Morgenthau, Schiff y Warburg (32). La familia
Zemurray, propietaria de la “United Fruit”, controla media docena de
repúblicas centroamericanas y posee gran influencia en
Sudamérica. La familia Gunzbourg (33) tiene grandes intereses en
el Japón, donde controla numerosas industrias. Sería
prolijo enumerar la relación completa de las familias que
componen el “Establishment”; para la descripción, aun muy
somera, de sus actividades, se precisaría un volumen a ello
exclusivamente dedicado; lo dejaremos, pues, para una mejor
ocasión. Baste ahora con puntualizar que, para el
“Establishment”, no existen fronteras ni “telones de acero”
...así, por ejemplo, la familia Achberg, controla desde 1917, el
Banco del Estado Soviético. Los Achberg, del “Nya Banken”, de
Estocolmo, pasan por ser los agentes de la familia Rothschild en el
norte de Europa.
El “Establishment” rara vez actúa directamente. Los barones de
la Alta Finanza actúan por interposición de sus
fideicomisarios, que controlan férreamente la
Administración. En Francia, por ejemplo, cuenta Henry Coston
que, en ese país de libertad cuya divisa democrática se
inscribe en el fronstispicio de los edificios públicos, “todas
las actividades económicas son estrechamente controladas por la
Administarción; hay un dictador del Crédito: el
señor Bloch-Lainé; un dictador de la política
agrícola: el señor Rosenstock-Franck; un dictador de la
productividad: el señor Ardant, y un dictador del Plan de
desarrollo: el señor Etienne Hirsch” (34).
En tres siglos, la escoria miserable de Europa ha escalado el
pináculo del poderío mundial. Ya solo queda la
consolidación definitiva del mismo, es decir, la síntesis
capitalismo-Comunismo, tras la cual vendrá “la Paz”. La paz sin
Justicia, paz satánica. la paz del rebaño humano, con
unos trescientos pastores y unos cuantos millares de perros
policía. Para llegar a la cima, unos hombres diseminados por el
Viejo Continente y despreciados por la Humanidad, concibieron, hace
unos trescientos años, el mayor robo de la Historia: el Robo de
los Siglos. En la actualidad, en nuestro “civilizado” y
“democrático” Siglo XX, sus descendientes, con toda legalidad, y
además con patente de honorabilidad, reinan, secreta pero
despóticamente, sobre la especie humana. Es el siglo de los
Robos.
NOTAS:
(1) R. McNair Wilson. “Promise to pay”.
(2) A. N. Field. “The Truth about the Slump”.
(3) El 16 de mayo de 1963, el Tribunal Correccional de Nivelles
(Bélgica), juzga el “affaire” (de quiebra) de la firma SOCOGA.
Mr. Paul Marie de Launoy hizo la siguiente declaración ante el
juez: “La banque Belge d´Afrique, de la que yo era
administrador-delegado del Consejo, concedió un crédito
de 61 millones de francos belgas a SOCOGA”. El Presidente: “Es muchos
para un banco cuyo capital es de 100 millones”. El testigo: “De 144
millones...y el banco disponía en ese momento de mil trescientos
cincuenta millones de créditos utilizados en todas sus formas”.
Más adelante, el testigo añadió: “Tout entrepeneur
peut etre au bord de la faillite quand on lui retire ses
crédits”. (Cualquier patrón puede quedar al borde de la
quiebra cuando se le retires los créditos). Citado por el
periódico “Brisons le piège”, órgano del Syndicom,
12 rue Henri Maubel, Bruselas-10 (n. 1, junio 1963).
(4) Un hermano de este Warburg estuvo comprometido, y oficialmente
acusado por el Servicio Secreto de estados Unidos, de haber financiado
parcialmente a los revolucionarios soviéticos de 1917. Otro
Warburg se vio desposeído de la nacionalidad alemana, a
raíz de las leyes raciales del Reich en 1933.
(5) Sheldon Emry. “Billions for the Bankers. Dobts for the People”.
(6) Sheldon Emry. Op. Cit.
(7) James C. Oliver. “A Treatise on Money”.
(8) Sheldon Emry. Op. cit. Eustace Clarence Mullins. “On the Federal
Reserve”.
(9) Frederick Soddy. “Citadel of Chaos”.
(10) R. McNair Wilson. “Promise to pay”.
(11) En la deliberadamente embrollada terminología bancaria, la
palabra “depósito” no significa, como la mayoría cree, el
dinero depositado en el banco por un impositor. Depósitos
bancarios son, de hecho, “préstamos de promesas de pagar dinero
legal ténder”, y superan a menudo hasta diez veces más
las imposiciones de los clientes, presentadas en los balances, de los
bancos como “Dinero en caja”.
El término “Deposit”, en inglés significa, bancariamente,
en Inglaterra, Estados Unidos, Australia, Canadá y Nueva
Zelanda, préstamo. Está consagrado por la
expresión: “A loan creates a Deposit” (Un préstamo crea
un depósito). Tanto es así que al dinero escriptural se
le llama en los países anglosajones “Bank Deposit Money”.
En Bélgica, en cambio, la palabra “Dépot” se refiere,
bancariamente, al dinero que los impositores han depositado
efectivamente en los bancos para su custodia y fructificación.
Lo mismo ocurre en Francia.
En cuanto a España, después de consultados algunos
balances de bancos, se observa: 1: A veces el epígrafe
“Depósitos” representa el séxtuplo del epígrafe
“Cuentas corrientes” (períodos de crisis) y a veces el
nónuplo (períodos de expansión). 2: A veces no
guarda ninguna relación (sin duda por englobarse en uno de ambos
epígrafes cantidades correspondientes a OTROS epígrafes,
con la finalidad de simplificar las crónicas financieras de los
periódicos). 3: A veces el epígrafe “Depósitos”
representa, respectivamente, en períodos de crisis o de
expansión, la sexta parte o la novena parte del de “cuentas
corrientes”. Relacionando las observaciones primera y tercera, se llega
a la conclusión lógica de que, juegos de palabra aparte,
lo que los bancos prestan –exactamente, pretenden prestar- representa
de seis a nueve veces la suma total de lo que poseen.
(12) Citado por “Common sense”, New Jersey, 1.4.70.
(13) Bajo la “Federal Reserve Act”, los pánicos son
artificialmente creados, con la rigidez y exactitud de un problema
matemático, tal como acaba de suceder (1920). Charles Lindbergh,
Sr.
(14) Juan Beneyto, “Nacional-Socialismo”. Citando a Gottfried Feder.
(15) Juan Beneyto. Op. cit. Ibid. Id.
(16) En la primera parte titulada “El Robo de los Siglos” y escrita en
1971.
(17) Evitamos mencionar unidades monetarias vigentes por dos motivos:
porque los caballeros de la Finanza, por grotesco que pudiera parecer,
suelen querellarse contra sus detractores amparándose en razones
patrióticas; así, por ejemplo, hay quien asimila la salud
del dólar a la Civilización “Cristiano-Occidental”. El
segundo motivo –el que nos ha inducido a inclinarnos por el denario –se
basa en que esa unidad monetaria fue la que sirvió para pagar
los servicios del insigne financiero, el señor Iscariote (Don
Judas), a quién se ha erigido una estatua en Moscú, y
otra en el Bronx neoyorquino, capital de la Finanza Internacional.
(18) Descontando los gastos de gestión, personal, etc., dicho
porcentaje debe bajar, pero teniendo en cuenta otras operaciones en que
la picaresca bancaria raya a gran altura, no es aventurado suponer que
este inaudito negocio deje un 20.000 por ciento de beneficio.
(19) Nada más original, en efecto, que ciertas manifestaciones
del Liberalismo económico en boga. Firmas francesas venden vinos
franceses a Bélgica, y otras firmas francesas compran a
Bélgica vinos alemanes... y franceses. Firmas españolas
compran plásticos a Alemania, y otras –o las mismas- firmas
venden plásticos a otros países, incluyendo a Alemania.
Firmas suecas venden paraguas y ataudes a Mauritania, y firmas
españolas compran, en Inglaterra, tejidos...españoles.
(20) La más importante no significa necesariamente la mayor.
Significa simplemente la asociación de los hombres con su suelo
nativo, y esto solo se puede lograr con una población rural sana
y digna, y que haya dejado de ser la pariente pobre de las poblaciones
humanas. Si en toda Europa existiera un paisanaje de tan alta
categoría como el de Normandía o Baviera, o la admirable
“gentry” inglesa, el porvenir de nuestra Patria Europea no nos
inspiraría temor alguno.
(21) R. Mc Nair Wilson: “Promise to pay”.
(22) R. Mc. Nair Wilson: Ibid. Id.
(23) Hermann Hoppker Aschoff. “El Dinero y el Oro”..
(24) Gertrude M. Coogan. “Money Creators”.
(25) Insistimos en que lo ideal es que el Estado se dedique a su
misión específica, es decir, la actualización e la
Idea nacional, la protección moral y física (racial) del
Pueblo, y la conservación del orden. Porque, hasta la fecha, la
Historia no proporciona un solo ejemplo de estado-comerciante cuya
gestión fuera beneficiosa para la nación.
(26) Dan Smoot, “The Invisible Government”.
(27) En todos estos caballeros concurren dos circunstancias curiosas:
proceden de Alemania, y por su aspecto, deben ser descendientes de los
Caballeros Teutones de la Orden Hanseática.
(28) Tras alimentar nuestro espíritu contemplando los rostros de
estos gentlemen en la revista londinense “Spearhead”, nuestras dudas se
ha disipado: se trata de puros especímenes de la vieja nobleza
irlandesa, incluso Maxwell, que llegó a Gran Bretaña en
1939, procedente de Checoeslovaquia, dónde –por razones que sin
duda aclararán un día los biógrafos- se
sintió súbitamente desasosegado.
(29) Los Rothschild, originarios de Frankfurt, son de nobleza
austríaca. En efecto, el Kaiser Francisco José
concedió la baronía a Nathan Rothschild.
(30) Los Dreyfuss son originarios de Lorena, como Juana de arco.
(31) Los De Wendel no son de rancio abolengo, aunque tienen bastantes
lazos familiares, y sobre todo de intereses, con la alta alcurnia.
(32) Los Warburg están en lo alto de la pirámide
financiera. Viejos “junkers” del Báltico.
(33) Los Gunzbourg fueron, junto a los Warburg, Schiff y Kahn,
financiadores de la Gloriosa revolución Roja de octubre de 1917
(Louis Marschalko, “World Conquerors”, p. 276-277).
(34) Todos ellos “chevaliers” de Borgoña y descendientes de
Vercingetórix. La cita de Henry Coston proviene de la obra “La
Haute Banque et les trusts”.